01 de Septiembre de 2013
Por Juan Pablo Mora Quiroz
Un grupo de alumnos del décimo ciclo de la facultad de
ciencias sociales de la escuela de turismo de la Universidad Nacional de
Trujillo, como parte del curso de prácticas preprofesionales II nos dirigimos a
la ciudad de Tembladera con el propósito de conocer las Cuevas de Yonán.
Como alumnos de la escuela de turismo sentimos el deber no
sólo de promocionar los lugares turísticos de nuestra región sino también de
conocerlos, pues sabemos que el que conoce tiene más fuerza y potencia en su
mensaje para llegar a los demás.
Llegar a las Cuevas de Yonán fue toda una aventura que jamás
olvidaremos. Partimos de Trujillo a las 5:15 a.m. con dirección a la ciudad de
Tembladera. En el trayecto pasamos por los pueblos del norte que nos llevan
hasta Ciudad de Dios. De este lugar tomamos rumbo a Tembladera a donde llegamos
a las 8:30 a.m.
En Tembladera nos encontramos con otro grupo de compañeros
que habían llegado a esta ciudad con un día de anticipación. En total nuestro
grupo estuvo conformado por seis personas: Noemí Zambrano, Lucerito Alayo, Gina
Ruiz, Lucas Infante, Alonso Flores y yo, Juan Pablo Mora. Nuestro guía fue el
señor Percy Rojas Palomino, quien es una activista y escritor, promotor de los
recursos turísticos y ecológicos de su tierra, y entrañable amigo y anfitrión.
Con este grupo de personas, nos alistamos y partimos ―desde
Tembladera― rumbo a las Cuevas de Yonán. Para ello, tomamos un mototaxi que nos
llevó hasta el puente de Yonán. Desde ahí ―siendo aproximadamente las 8:45
a.m.― iniciamos el emocionante ascenso hacia las cuevas.
Una de las primeras cosas que llamaron nuestra atención fue
comprobar que la roca de la montaña que nos lleva hasta las cuevas está
conformada básicamente de piedra caliza, que es la que utiliza la industria del
cemento para su producción. Llegar hasta las cuevas de Yonán es una experiencia
que llena totalmente a quien está buscando sensaciones fuertes, arriesgadas y
de mucha adrenalina. Esto lo comprobamos durante el trayecto de subida, en
donde tuvimos que ascender por una pendiente muy escarpada y empinada,
obligándonos a poner todo nuestro empeño y esfuerzo para seguir subiendo, y
teniendo 3 debajo de nuestros pies el abismo inconmensurable que nos mostraba
todo el valle de Jequetepeque y la quebrada de Chausis ante nuestros ojos.
Después de haber subido por aproximadamente unas dos horas y
media, la sensación de altura, vértigo y ansiedad es indescriptible. La subida
se hacía más dificultosa por lo estrecho de los desfiladeros y el fuerte viento
que parecía querer levantarnos y lanzarnos hacia el abismo. Hubo momentos en
que teníamos que hacer un alto para descansar, respirar, hidratarnos,
extraernos las púas de los cactus que se habían insertado en nuestras
extremidades, y tomar fuerzas para seguir subiendo. En realidad todos estábamos
al borde del pánico. Pero teníamos que continuar, y gracias a las palabras de
coraje, estímulo y fuerza que nos imprimió nuestro guía, el señor Percy Rojas,
no habríamos podido llegar a nuestra meta: las Cuevas de Yonán.
Después de reponernos y tomar nuevos bríos para seguir
adelante, escalamos por unos veinticinco minutos más, aproximadamente, para
llegar a la primera de las cuevas.
Nuestros corazones palpitaban a mil por hora cuando tuvimos
al frente la primera de las cuevas. Después de tomarnos las fotos de rigor
―pa’l Facebook― nos decidimos a entrar a la cueva. En esta primera cueva nos
adentramos aproximadamente unos cuarenta metros. Ya no avanzamos más porque
había huecos y derrumbes que podían ser peligrosos para nuestra integridad
física. Los inquilinos de esta primera cueva ―cientos de murciélagos― nos tenía
cautivados, y al notar nuestra presencia revoloteaban de un lado a otro con su típico
y escalofriante aleteo.
A la segunda cueva ya no llegamos todos: solamente nuestra
valiente y esforzada compañera, Gina Ruiz, y nuestro guía, experto en el
paisaje de las cuevas, Percy Rojas. Mis respetos para ellos quienes llegaron a
la segunda cueva que se encuentra a unos veinte minutos más de subida. Nuestra
admiración a la compañera Gina que demostró ―sinf, sinf, sinf― que el verdadero
sexo fuerte son las chicas… Por ello, de ahora en adelante, Gina será llamada
como “Gina, la princesa guerrera”…
Gina nos reveló que no solo llegó hasta la segunda cueva
sino que ingresó a ella ―junto con el guía Rojas― sintiendo cómo el viento
recio le pegaba en el rostro cargando el rocío y la humedad del río
Jequetepeque. En esta segunda cueva solo penetró por unos treinta metros
aproximadamente, pues los derrumbes, los chillidos y el aleteo de los
murciélagos le pusieron los nervios de punta. Lo que confirma una vez más que
las mujeres pueden escalar las montañas más altas pero unos murciélagos las
pueden hacer retroceder.
Mientras tanto, el grupo de “hombres” que nos habíamos
quedado asustados en la primera cueva tomamos la decisión de descender. Sin
esperar a nuestra amiga Gina y el guía, iniciamos el camino de baja. Pasados
quince minutos de descenso, nos dimos cuenta que nos habíamos perdido!..
Comenzamos a gritar y silbar, llamando a nuestro guía, al mismo tiempo que el
pánico comenzaba a apoderarse de nosotros.
Habíamos pensado que la bajada era fácil, y ahora estábamos
otra vez asustados y temblorosos.
Después de más de una hora, nuestro guía contestó el celular
y nos pidió que nos mantuviéramos en ese lugar y no nos moviéramos a ningún
lado.
Una vez que Gina y el guía nos encontraron, bajamos todos
juntos, con dificultades pero con mejor ánimo. Al llegar a la sima, sentimos
que nuestras almas entraban, por fin, a nuestros cuerpos.
Al llegar a la carretera sentimos mareos que poco a poco
fueron disipándose conforme nos acercábamos a la ciudad de Tembladera.
Hora de llegada: 2:55 pm. Recién nos dispusimos a almorzar y
a recordar, entre risas, las peripecias que habíamos vivido en las cuevas de
Yonán, y que nunca olvidaremos.